La Princesa de los Ursinos. Una dama poderosa en la corte de Felipe V
Rafael Guerrero Elecalde, Doctor en Historia en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), dedica su principal línea de investigación a las élites gobernantes de la España del Antiguo Régimen. Desde 1998 participa en grupos de investigación adscritos a la Universidad del País Vasco, así como en otros de carácter internacional. Asimismo, ha presentado los resultados de sus trabajos en diversos foros nacionales y extranjeros. Ha sido colaborador del Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia y actualmente es miembro del Consejo de la revista argentina “Prohistoria”.
Dirige LAUR Documentos, una empresa dedicada a ofrecer servicios de investigación histórica a toda clase de público: familias, empresas, investigadores, etc., con productos orientados a sus necesidades (biografías, genealogías, búsqueda documental, historia familiar, de empresas, etc.). Su premisa: “La Historia al alcance de todos”.
Este mes vamos a viajar más lejos en el tiempo, hasta llegar a los primeros años del siglo XVIII. En el comienzo de esta centuria, se produjo uno de los hechos más importantes para la historia de España: la llegada al trono de la dinastía de los Borbones. Su primer representante fue el duque de Anjou, que será monarca de España con el nombre de Felipe V entre los años 1700 a 1746.
A lo largo del reinado de su antecesor, Carlos II de Austria, y observando sus continuados problemas de salud y la imposibilidad de la llegada de un heredero, creció entre las élites gobernantes la incertidumbre por la entronización de un candidato que otorgara la seguridad suficiente para el devenir de la Monarquía. Por ese motivo, en la corte madrileña se conformaron partidos o facciones en defensa de los posibles sucesores, los cuales también estuvieron en sintonía con afinidades a las principales Coronas europeas. Los principales candidatos a la sucesión fueron Felipe de Anjou, segundo hijo del delfín de Francia y el archiduque Carlos, hijo del emperador Leopoldo I de Austria.
Poco antes de su fallecimiento, en octubre de 1700, Carlos II firmó un testamento declarando como heredero al candidato francés. De este modo, los Borbones se vieron favorecidos con la consolidación de los intereses de las regiones marítimas francesas, mientras que los Habsburgo (los Austrias) fueron fuertemente perjudicados tanto en su hegemonía europea como en su patrimonio, ya que el archiduque no recibió ningún tipo de compensación. Por este motivo, el emperador de Austria rechazó enérgicamente el codicilo, dando origen a un conflicto internacional que tuvo como principal teatro de operaciones la Península Ibérica y que ha sido conocido como Guerra de Sucesión (1700-1714).
Felipe V entró a España por Irún en enero de 1701, llegando a Madrid el 18 de febrero. El panorama que se le presentaba al Borbón no podía ser más desfavorable. Era joven e inexperto (no había sido educado para ser monarca), llegaba a unos territorios que le eran completamente ajenos y se le avecinaba una terrible guerra que cuestionaría su legitimidad como rey de España. Al mismo tiempo llegó en una Monarquía sumida en una profunda crisis hacendística y de gobierno, donde las dotes de mando del soberano habían sido mermadas por las familias principales del reino debido a la inoperancia de los últimos reyes.
Desde su llegada, Luis XIV, rey de Francia y abuelo del nuevo monarca de España, mostró especial interés por dirigir las políticas de gobierno que comenzaba a desarrollar su nieto. El nuevo soberano se rodeó de personas elegidas para que le aconsejasen en los negocios de la Monarquía. Pronto, este grupo de decisión se institucionalizó denominándose Consejo de Gabinete o de Despacho, lo que supuso una novedad en la forma de toma de decisiones por parte del monarca, ya que hasta entonces, los reyes se habían rodeado de organismos y de personas concretas –validos- para estas cuestiones sin llegar a institucionalizarlas. Desde un principio, la decisión del soberano se fundamentó en el despacho a boca, que fue monopolizado por este Consejo, el cual, estuvo compuesto por personas de su confianza, escogidas por la sola voluntad real. Sin embargo, y por influencia de Luis XIV, este gabinete también desempeñó las funciones de control del monarca, por lo que se incorporaron otros personajes que habían destacado en la defensa de la candidatura de Felipe de Anjou como rey de España o por ser estrechos colaboradores y protegidos de los agentes enviados por el rey francés y de la propia reina María Luisa. De este modo, a comienzos de 1701, consiguió su entrada para tratar los negocios graves el embajador de Francia, con el pretexto de servir al rey cómo intérprete, aunque nunca figuró nunca como miembro de pleno derecho.
Igualmente, el Rey Sol dirigió a otros agentes a Madrid para que dominaran otros espacios menos “oficiales” de poder, aquéllos relacionados con el trato cotidiano con el rey y las casas reales. Tras el anuncio del enlace de su nieto Felipe V con María Luisa Gabriela de Saboya el 8 de mayo de 1701, el Rey Sol preparó un séquito de damas francesas que debían acompañar a la futura reina en la corte madrileña que trabajarían por el control de su influencia sobre el rey. Entre ellas destacó la Princesa de los Ursinos que fue designada directamente por el monarca francés como la camarera mayor de la Saboyana en septiembre de ese mismo año.
Ana María de la Tremouille, duquesa de Bracciano y de San Gemini, condesa de Anquillara y de Galera, marquesa de Roca Antica y de la Penna, era hija del aristócrata francés de antiguo cuño Luis II de La Trémoïlle, duque de Noirmoutier (1612–1666). Había casado en primeras nupcias (1659) con Adrien Blaise de Talleyrand-Périgord, príncipe de Chalais, quien había servido al rey de España, siendo hecho prisionero en Portugal. Tras su fallecimiento, Ana María se volvió a casar en segundas (febrero de 1675) con el príncipe romano Flavio degli Orsini, duque de Bracciano (1620–1698), cuyo apellido se tradujo des Ursins en francés y luego «de los Ursinos» en castellano. El príncipe era jefe de la poderosa familia Orsini y era príncipe de Nerola y duque de Bracciano, y buscó con este matrimonio obtener favores financieros de Luis XIV.
En Roma, la Princesa de los Ursinos pudo relacionarse con los personajes más importantes de fines del siglo XVII. Uno de aquéllos fue el cardenal Portocarrero, hombre principal en la corte de Carlos II, con el que pudo establecer amistad desde 1675 cuando éste se dirigió a la corte romana para recibir el capelo catedralicio.
Al enviudar por segunda vez, regresó a su Francia natal y empezó a relacionarse con miembros de la corte de Versalles. Su amistad con la esposa de Luis XIV, Madame de Maintenon, fue clave para su futuro. Esta recomendó a su esposo que nombrara a la Princesa de los Ursinos camarera mayor de la que sería reina de España. Así, Ana María fue al encuentro de María Luisa de Saboya, futura esposa de Felipe V, con la que congenió desde el primer momento. La intención de Luis XIV fue poner una persona de confianza junto a la reina, que aunque joven y aparentemente inexperta podría ejercer una importante influencia en la débil personalidad de Felipe de Borbón. De hecho, la flamante camarera de la reina desempeñó su encargo perfectamente y desde bien temprano consiguió un gran ascendiente sobre la Saboyana, ganándose su beneplácito, su confianza y apoyo constante ante las tentativas de sus detractores de apartarla de la corte madrileña.
Así, por ejemplo, se lo expresó el 14 de octubre de 1702 a su amiga, Francisca D´Aubigne, esposa del mariscal de Noailles y sobrina de madame de Maintenon: “mi estancia en este país es bien necesaria, y de que la reina, y posiblemente el rey, cayendo en manos de que no fueran las mías podrían verse metidos en inesperados atolladeros. (…) S.M. lo reconoce plenamente y, como me ha juzgado digna de entregarme toda su confianza, tendría por una grave desgracia el que la abandonase”.
Para su empeño, la Princesa de los Ursinos quiso conjugar firmeza con flexibilidad, y así escribió en 1702 a Torcy: “Todos los grandes de primera clase intrigan y en lo último que piensan es en el bien del Estado. Es necesario ganarlos con buenas palabras e incluso por medio de empleos en los que no puedan perjudicar si tienen malas intenciones. Yo me valgo cuanto puedo del primer medio (…) pero en el peor de los casos, si esto no da nobleza, que acusa a estos primeros de la pérdida de la monarquía. Habrá incluso varios grandes que se entregarán de buena fe al Rey Católico, con la esperanza de progresar por el alejamiento de los restantes”.
Desde estas posiciones, la Princesa de los Ursinos se rodeó de sus hechuras que colaboraron con ella entusiastamente. Entre todas ellas la más importante fue Juan Bautista Orry, que llegó a España el diciembre de 1702, enviado por el ministro de finanzas francés Charmillart con el objetivo de subsanar las dificultades de la hacienda real española. Éste fue el principal ideólogo del programa de reformas que se comenzó a aplicar en la Monarquía española, y la camarera de la reina su mejor valedora ante los soberanos. Esta relación, que como Saint-Simon describió, fue de ama a criado: “Orry solía estar con ellos haciendo de cuarto [el rey, la reina, la Ursinos y él], y allí se tomaban todas las resoluciones que el rey representaba listas en el despacho al día siguiente o cuando fuera, mejor dicho cuando a Orry y a la señora Ursinos les hubiera dado tiempo a concluir sus deliberaciones”.
Sin embargo, las discrepancias con el embajadores francés, el abad d´Estrées, que fue elegido por Luis XIV en 1703, hizo que éste intrigara con fuerza para derrocar a la camarera de la reina. El cese de la Princesa de los Ursinos, por una orden dada directamente por Luis XIV, se produjo en febrero de 1704 y, con ella, se cesaron a sus colaboradores y protegidos y el estancamiento de los proyectos iniciados desde su llegada, retrocediéndose al estado político anterior de la llegada de Orry .
Sin embargo, la victoria del abad d´Estrées fue breve, ya que fue cesado en julio de 1704. En realidad, en los meses posteriores confluyeron diversas cuestiones que hicieron pensar al rey francés que la expulsión de la Princesa de los Ursinos y de sus más cercanos colaboradores no había resultado muy beneficiosa para los intereses de Francia. Por una parte, la camarera de la reina había fraguado una intensa relación con los reyes, y especialmente María Luisa de Saboya, y su separación le dejó en un estado de pesadumbre, que les llevó, a través del mariscal Tessé (valedor también de la Princesa de los Ursinos ante Luis XIV), a interceder para el regreso de su máxima colaboradora.
Además, con su marcha el ejército borbónico tampoco consiguió grandes victorias en el campo de batalla, sino que, al contrario, se produjeron diferentes pérdidas militares de cierta envergadura, como lo demuestra la toma de la armada angloholandesa de la plaza de Gibraltar en agosto de 1704, lo que también hizo dudar de la conveniencia de su expulsión. Con todo ello, finalmente Luis XIV rectificó en su estrategia, rehabilitando el 5 de agosto de 1705 a la Princesa de los Ursinos en su empleo de camarera mayor de la reina y abriendo la puerta para el regreso de su equipo de colaboradores que encabezaba Orry.
Por supuesto, su regreso también conllevó un aumento considerable de su ascendiente y poder. Con la reafirmación de la Princesa de los Ursinos sólo cabía el nombramiento de un embajador francés acorde a sus preferencias y gracias a su influjo se nombró a Miguel Juan Amelot, marqués de Gournay, hombre de gran experiencia en las representaciones en las cortes europeas. De este modo, también consiguió un agente principal que ayudara a Orry en el desarrollo de su política reformista. La posesión del cargo se produjo el 18 de mayo de 1705.
Asimismo, la camarera de la reina medió para el nombramiento de un nuevo confesor para el rey que fuera favorable a sus designios. Estos religiosos fueron también componentes principales del organigrama político de la Monarquía, ya que la costumbre del soberano de pedir dictamen al padre confesor sobre determinadas materias de gobierno y en otras de conciencia, le posibilitó intervenir por “real orden” en cuestiones políticas que emanaban del patronato regio, especialmente en asuntos eclesiásticos y en el nombramiento de los obispos.
En este nuevo periodo, la Princesa de los Ursinos utilizó toda su influencia para la consolidación definitiva del Consejo de Gabinete, orientando la salida y nombramiento de sus componentes. Según se fueron presentando las medidas de reformistas, se pudieron depurar a aquellos miembros que no se mostraron más o menos reacios a su aplicación, aunque no se pudo con todos.
Sin embargo, en 1709 se produjo uno de los acontecimientos más importantes tanto para el gobierno de la Monarquía como por el devenir de los acontecimientos bélicos. Francia, la gran aliada en la guerra y el motor de la política española se encontraba agotada económicamente por el periodo continuado de guerras, que les había llevado a unas severas derrotas en diversos campos de Europa y a una profunda crisis de subsistencia, decide concertar la paz imperiosamente, incluso aceptando el reparto de los territorios hispánicos y hasta la renuncia de su nieto a la Corona. De este modo, se concretó la retirada de la ayuda francesa en la guerra y el fin de la participación del embajador Amelot del Consejo de Gabinete, y en consecuencia, de los asuntos españoles. Fueron años en los que la Princesa de los Ursinos gozó de gran poder en la corte felipista. Su ascendiente sobre los reyes también favoreció a que se desarrollaran el amplio programa de reformas de la Monarquía confeccionados para reforzar la figura del soberano.
El fallecimiento de la reina María Luisa de Saboya, el 14 de febrero de 1714, supuso un cambio profundo en el gobierno de la Monarquía. Tras este acontecimiento, la Princesa de los Ursinos acrecentó su poder sobre Felipe V, afligido por la pérdida de su esposa. Desde entonces, todos los negocios relativos al gobierno se trataban con la camarera, dando el rey por bueno todas las resoluciones que ella misma adoptaba. Incluso se llegó a murmurar que se comentaba en la corte que lo que pretendía la Princesa de los Ursinos era casarse con el monarca y así convertirse en reina de España. Algo que parecía impensable por la amplia diferencia de edad entre ambos.
En realidad, la candidata elegida como esposa de Felipe de Borbón fue Isabel de Farnesio, cuya familia mantenía importantes posesiones en Italia que podían ser interesantes para la Corona en un futuro. Entre otras cuestiones, los informes recibidos en la corte española de la muchacha apuntaban a que era débil de carácter y desinteresada en la política (no así en los bordados), lo que hizo que la Princesa de los Ursinos aprobara dicha elección, ya que no veía peligrar su poderosa posición. El 14 de agosto de 1714 se hizo público el compromiso matrimonial, celebrándose el enlace el 16 de septiembre por poderes.
Sin embargo, el enlace real, más allá de afianzar las posiciones de la camarera de la reina la llevó a su caída definitiva. El 23 de diciembre de 1714, en víspera de Navidad y al poco de la llegada a España de Isabel, la Ursinos fue a recibirla a Jadraque (Guadalajara), ansiosa por conocer a quien sería la nueva reina española. Este encuentro fue la causa de uno de los destierros políticos más sonados de la historia. Se desconocen bien los hechos, pero la reina se sintió agraviada por la que iba a ser su camarera mayor. Aquella misma noche, Isabel de Farnesio la expulsaba de su presencia, ratificando el rey dicha decisión con una carta de despedida.
A su llegada a París, la Princesa de los Ursinos se hospedó en casa de su hermano, Antoine-François de La Trémoille, duque de Royan, para después, en marzo de 1715, visitar en Versalles a Luis XIV, quien a pesar de todo le concedió una pensión vitalicia. El 6 de agosto de ese año fue a despedirse del moribundo rey de Francia en Marly, motivada por la pronta ascensión de su enemigo, el duque de Orleáns. El 14 de agosto de 1715, partió de París sin rumbo fijo impulsada por el temor a ser perseguida por el nuevo monarca. Pensó en emigrar a Utrech, pero finalmente se decidió por Génova. Posteriormente, se instaló en Roma, donde estrechó la relación con su hermano, el cardenal La Trémoille y tuvo contactos con el intento de corte de Jacobo Francisco Eduardo Estuardo al trono inglés.
Finalmente, Ana María de la Trémoïlle, Princesa de los Ursinos, y una de las principales protagonistas de los primeros años del reinado del primer Borbón en España, terminó sus días en Roma, lejos del poder y ascendiente gozado en la corte madrileña, donde falleció el 5 de diciembre de 1722.
Fuentes: GUERRERO ELECALDE, Rafael, Las élites vascas en el gobierno de la Monarquía borbónica: Redes sociales, carreras y hegemonía en el siglo XVIII, (1700-1746), Bilbao, UPV/EHU, 2012; CASTELLANO, Juan Luis (ed.), Sociedad, administración y poder en la España del Antiguo Régimen, Universidad de Granada, Granada, 1996; CASTELLANO, Juan Luis y DEDIEU, Jean Pierre, (dirs.), Réseaux, familles et pouvoirs dans le monde ibérique à la fin de l’Ancien Régime, CNRS éditions, Paris, 1998; CASTELLANO, Juan Luis, DEDIEU, Jean Pierre y LÓPEZ-CORDÓN María Victoria, (eds.) La pluma, la mitra y la espada. Estudios de Historia Institucional de la Edad Moderna, Marcial Pons, Madrid, 2000; LÓPEZ-CORDÓN María Victoria, “Instauración dinástica y reformismo administrativo”, Manuscrits: Revista d’història moderna, num. 18, 2000, pp. 93-111; DEDIEU, Jean Pierre, “La Nueva Planta en su contexto. Las reformas del aparato del Estado en el reinado de Felipe V”, Manuscrits: Revista d’història moderna, num. 18, 2000, pp. 113-139; KAMEN, Henry, La guerra de Sucesión en España, 1700-1715, Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1974.
LAUR Documentos
Servicios de Investigación Histórica
laurdocumentos.com
Tlf.: 605083605
También puedes encontrar LAUR Documentos en Facebook, Twitter (@laurdocumentos) y Google+.