El agua: fuente de salud para tu piel
¿Te has parado a pensar alguna vez qué papel juega el agua en el mantenimiento de la salud y la belleza de nuestra piel? A continuación te lo explicamos:
Más de la mitad del peso de nuestro cuerpo es agua. No obstante, este porcentaje varía en función de distintos factores como son, por ejemplo, el sexo, la edad o el peso del individuo. Además, los niveles de agua son mayores en el caso del hombre que en el de la mujer.
El agua es un componente imprescindible sin el cual nuestro organismo no podría desarrollar sus funciones con normalidad. Por ello, un déficit en el aporte de este líquido impediría el correcto funcionamiento del mismo, generando diversas anomalías, enfermedades y deshidratación.
En el caso de la piel, la falta de hidratación podría provocar sequedad, aparición de grietas, escamas, arrugas, y envejecimiento prematuro. El agua purifica la piel y elimina toxinas.
Es importante recordar que nuestro cuerpo no almacena el agua, sino que la va perdiendo progresivamente, por lo cual requerimos de un aporte regular de este preciado líquido.
Lo recomendable es ingerir aproximadamente entre dos y tres litros de agua a lo largo del día (a través de la bebida y los alimentos), aunque este aporte diario dependerá de las condiciones físicas de cada persona, entre otros factores.
Es posible que en invierno disminuya el deseo de beber agua tan a menudo como en época estival, sin embargo, podremos ingerirla a través de bebidas calientes (como, por ejemplo, las infusiones) o zumos naturales.
Por otra parte, las frutas y hortalizas presentan un alto contenido en agua, seguidas de la leche, el pescado, la carne o el queso.
La ducha, lugar estratégico
El agua a altas temperaturas sobre nuestro cuerpo resecará nuestra piel y hará que pierda elasticidad. Por eso, tanto en la ducha como en el baño, hemos de evitar el agua demasiado caliente. Bastará con que el agua esté templada.
Será en el momento de la ducha o el baño cuando aprovechemos para eliminar las células muertas que permanecen en la superficie de nuestra piel, restándole luminosidad.
Lo ideal sería enjabonarse el cuerpo suavemente con un guante de crin, utilizando para ello un producto exfoliante que libere a nuestra piel de dicha materia inerte.
Masajearemos las distintas zonas dibujando pequeños círculos, lo cual reactivará la circulación.
Finalizaremos la ducha con un chorro de agua fría, nada mejor para oxigenar nuestra piel y dotarla de suavidad, a la vez que tonificaremos y revitalizaremos los músculos.
Y después de la ducha…
Aplicaremos sobre nuestro cuerpo alguna crema hidratante o aceite corporal adecuados para nuestro tipo de piel.
También podremos aplicarnos una mascarilla de cuerpo una o dos veces por semana. Éstas pueden tener propiedades reparadoras, hidratantes, nutritivas, etc. Hemos de procurar elegir aquéllas que estén elaboradas con productos naturales, cuya acción aporte grandes beneficios a nuestra piel.
Algunos de estos componentes naturales pueden ser, por ejemplo:
- Aloe Vera: Esta planta originaria de África Oriental y Meridional tiene excelentes propiedades antisépticas y rejuvenecedoras. Su capacidad para aumentar la producción de células fibroblásticas (responsables de la formación de colágeno) permite que se suavicen las arrugas y se disminuya la posibilidad de aparición de otras nuevas.
- Papaya: Además de su delicioso sabor, esta fruta tropical ofrece numerosas propiedades medicinales. Entre sus bondades, la papaya facilita el bronceado y su jugo actúa sobre las manchas de la piel, reduciéndolas en muchos casos. Esta fruta es rica en vitaminas A, C y E, y su poder antioxidante actuará contra el envejecimiento de la piel.
- Miel: Sus virtudes terapéuticas hacen de la miel uno de los ingredientes más idóneos para la elaboración de tratamientos y mascarillas corporales. Su contenido en inhibidinas le confiere una gran capacidad bactericida y antiséptica. Si optas por la miel obtendrás una piel limpia, suave y nutrida.